Refracción
Don José entró cauteloso a la vieja casa de adobe. No quería tocar ni mirar nada, era como si todo estuviera puesto y dispuesto por un motivo en aquellas repisas añejas. Sentada en la mesa del comedor lo esperaba ella. Se sentó frente a la silueta que se iluminaba intermitente con el parpadeo de las velas.
-¿En qué le puedo servir don José?- preguntó las anciana.
- Necesito de su talento - respondió el hombre mientras se sobaba las manos- cosas extrañas pasan por mi fundo.
-Supe desde un principio que su visita no podía ser de amistad- dijo la vieja intentando una sonrisa- treinta años en este pueblo y apenas me había ganado un saludo en las tardes de azarosos encuentros. Sin embargo estaba preparada para esto. Como si todos estos años nuestras miradas se encontraran esperando que los acontecimientos nos pusieran en esta situación común. Usted, que desconfiando de mis talentos, se haya visto en una circunstancia tal que hace ineludible mi presencia. Sus enormes miedos tienen que ver con el tiempo, con aquello desconocido que podría ocurrir o quizás ya a ocurrido. Y es el mismo tiempo con sus enigmas lo que me ha llevado a reconocer que este puzle se termina con usted, con nosotros sentados en esta mesa en este momento. Y es todo este laberinto de acontecimientos lo que me da la certeza de que debo escuchar su historia, y de que debo decirle lo que le diré luego de escucharla. De esta forma espero cerrar el círculo que me ha traído a este pueblo.
- No entiendo de lo que habla- profirió Don José- lo he pensado mucho antes de venir esta noche. Mi señora me convenció luego de haber escuchado lo que usted sabía hacer.
- ¿Es realmente eso lo que ocurrió?- preguntó capciosa la anciana- es como el libro de las señales imaginarias. Una gran libro señor. Habla de los signos, el tiempo y los “Hurs”.
- ¿Los qué?- preguntó desconcertado.
-No tiene importancia en este momento. Lo que si tiene es que el signo que cambiará su vida sólo aparece en dos fracciones: una real, la cual es la propia determinación suya de venir hasta acá, y otra irreal. En el libro de señales imaginarias mi maestro don Santi lo declaró textualmente en la página 86 “cuando surgen los arrebatos del sentido perdido, nos remitimos a nuestra fiel intuición de los hechos, aquellos rostros que sólo conocemos por el trasfondo, que sólo a nosotros nos hacen sentido, el punto concéntrico de los caminos tiene una única solución, tan ineludible como el último”. Así es como la segunda fracción de ese signo será lo imaginario. Sólo el rodeo por lo imaginario permite superar tanto la imposibilidad de la verdad como la imposibilidad de la práctica. Has de saber que ya la imposibilidad de la verdad ha sido demostrada por el maestro Jandel. La verdad es el habla, que a su vez habla y piensa sobre el pensamiento, que a la vez ya ha sido pensado y hablado. Su recursividad la hace imposible. Mientras que por otro lado la imposibilidad de la práctica y su paradójico conocimiento ha quedado desmentida luego de la aseveración de Himmenguer, donde asegura la imposibilidad de determinar a la vez la posición y el momento de un cuerpo particular, pues con el puro hecho de observar alteramos el espacio observado. En otras palabras, solo el rodeo por lo imaginario permite explorar lo posible. Lo que quiero decirle en el fondo es que aquellos destinos dentro de los múltiples caminos de este laberinto solo pueden ser resueltos por signos imaginarios, ya que solo ellos guiarán hacia el orden. O en otro sentido de mi idea, lo que quiero decir es que el signo y su fracción dual, solo pueden emerger de usted mismo. ¿Qué cree usted que se puede desprender de todo esto don José?
- Qué yo he sido quién se ha imaginado a mi esposa pidiéndome que la venga a ver esta noche- respondió don José que trataba de creer lo que le parecía imposible.
-Resulta don José- dijo la vieja retrocediendo en las sombras- que yo no sólo nunca he hablado con su esposa, sino que nunca la he visto en mi vida. Ni siquiera se como se llama, solo sé que ya ha jugado un papel importante en este fragmento de la historia. Ahora sólo falta su rol en todo esto. Que me cuente acerca de aquel hombre. Y que luego de escucharlo yo le diga lo que usted debe escuchar.
Don José miraba confundido. Era como si ella supiera exactamente todo lo que tenía en su mente. Sus manos comenzaron a tiritar y sintió un enorme deseo de llorar. Pero no lo hizo, tantos años patrón y ahora convertido en un pusilánime, pensó. Prendió un cigarro en la vela de la mesa y se reclinó en el asiento.
-No entiendo para que quiere escucharme- dijo don José dando una bocanada temblorosa de humo- ya sabe todo lo que tengo que decirle. Aquella noche solté las riendas del animal por el mismo recorrido de siempre. La luz generosa de la luna creciente iluminaba los pasos lentos por los predios de cerezos y nogales. Todo era rutinario, hasta que sentí una pata de la bestia hundirse en un pedazo de carne. Me percaté que había pisado a un pobre infeliz que se arrastraba de dolor por los suelos. Lo subí como pude al animal y lo llevé a la hacienda. Difícil haberle pedido que hablara en esas circunstancias. Lo cargué ensangrentado a la casa para que la empleada le preparara una curación y mi señora le ofreciera un plato caliente. Al día siguiente tampoco nada pude saber de él; rubio, flaco y con cara de borracho sólo me respondía con una mirada perdida cuando preguntaba su nombre.
Los días que siguieron fueron de lo más inesperado. Llegaba a la casa por las tardes y tanto mi señora como mi hija parecían haberle tomado un extraño cariño a su persona. Lo atendían cual si se tratara de un noble que se hospedaba en nuestra hacienda. Merodeaba por la casa sin decir palabra alguna, un día hasta entró en mi estudio sin tocar la puerta, me examinó con la mirada y se marchó sin reaccionar a mis insultos. Mi calma se veía cada vez más alterada. Inútil fue mi intento de sacarlo de la hacienda el quinto día, los alegatos de mi señora lo hicieron imposible, que el pobre miserable todavía no podía caminar con ambas piernas, que no tenía donde ir, que todavía estaba en un estado de shock. Pero en el fondo yo sabía que su presencia iba más allá de mi familia, la hacienda o su pierna destrozada; tenía que ver conmigo, algo inexplicable había de él en mí. Las noches se hacían intensas, poco o nada de sueño me dejaba la complejidad de su presencia en la residencia. Anoche me lo encontré caminando por los cultivos de trigo a luna llena. Lo vi desde mi ventana, y él desde lejos me miraba de vuelta.
- Aquel fue quizás el primer fragmento del signo imaginario- dijo la vieja mostrando brevemente su dentadura grisácea- quizás el último. Sólo puedo decirle lo que yo sé; lo que determina su presencia en este lugar, y que no lo dejará en paz hasta que los hechos ya se hayan consumado. Los hechos que siguen tendrán que ver con su hija, y él entrando a su dormitorio una noche oscura.
Don José escuchó atentamente las palabras de la anciana. Su rostro se desfiguraba más y más a medida que la profecía de la anciana se hacía más descriptiva y más oscura. Creyó cada una de las palabras de la clarividente. Cuando se marchó hacia su casa aquella noche tenía la determinación más inquebrantable de su vida. La anciana comenzó su espera.
Don José tocó casi a la misma hora la puerta de madera añeja la noche siguiente.
- Hay un problema- dijo el hombre con el cuerpo sudoroso y demacrado mientras entraba en la casa de adobe- ha ocurrido algo completamente anormal.
La faz de Don José se veía aterrorizada, se acercó a la anciana con el cuerpo estremecido.
-Tranquilo, no ha habido ningún problema- respondió ella- lamentablemente todo ha ocurrido como tenía que ocurrir.
- Yo le he creído todo, y todo puede haber tenido sentido para mí. Pero no lo que ha ocurrido, eso se escapa de cualquier entendimiento. Los hechos se han desplazado en el tiempo.
- ¿Qué es lo que has hecho?- preguntó la anciana.
- Todo lo que en esa noche estuvo a mi alcance hacer. Llegué a mi mansión anoche con la única determinación de impedir el fatídico crimen. Entré primero a la pieza de mi hija y me aseguré de que dormía sana y en paz. Luego entré a la pieza donde se quedaba ese pobre infeliz, lo amordacé y lo arrastré hasta mi coche. Lo llevé hasta el arroyó en los límites de mi fundo. Le di la peor paliza de su vida y lo fusilé con tres corchos en el pecho. Su cuerpo quedó tirado a las orillas del arroyo.
- Yo nunca le dije que hiciera lo que hizo, sólo cumplí con llenar ese pedazo de historia que usted quería saber.
- El problema no fue ese- respondió agitado- me fui al bar del pueblo para asegurarme una coartada y volví a las primeras horas de la madrugada. No pude entender nada: la policía, mi mujer llorando y mi hija que divagaba alterada como nunca. Me contaron que todo había ocurrido, tal cual usted me lo contó, el pobre infeliz lo había hecho, le había quitado la inocencia durante la noche. No logré entender como pudo pasar. Mi mujer me contó a sollozos que había oído sus gritos a eso de las once, alertó a los empleados y entraron todos al dormitorio, pero el hecho ya estaba consumado y el sujeto se abrió paso a empujones y escapó de la hacienda.
-Perfecto don José, todo lo que le dije parece tener sentido ahora no.
- ¡sentido!-grito- de que sentido me habla. Yo le disparé a ese miserable antes de las 11, vi como agonizaba frente a mis ojos. No lo entendía, llegué a pensar que nunca había cometido el crimen, que todo fue producto de mi imaginación, eso hasta que los policías me dijeron que lo encontraron muerto al borde del arroyo en los límites de la hacienda. Tres tiros en el pecho y sin pistas del asesino. Es como si el tiempo se hubiera desdoblado. Como si pudiera haber cometido su vejación en contra de mi hija mientras le disparaba en el pecho.
- Y que tal si eso es lo que ocurrió señor- dijo la anciana levantando el mentón- que tal si lo que usted vivió fue tan real como lo otro.
- a que se refiere.
- Ya le he hablado de la imposibilidad de la verdad y de la práctica.- sonrió la anciana- ahora quizás deba saber del último legado de don Santi, mi maestro. Él me afirmó que los maestros de la semiótica de la conciencia poseían la capacidad de ver entre los pliegues del tiempo. La existencia no resulta en ningún caso algo lineal. El sujeto es un ser capaz de flexionarse sobre si mismo y rondar por sectores más allá de lo que el tiempo y el espacio nos tienen acostumbrados. Cuando usted deja caer una manzana cree que sabe que ésta llegará a un punto fijo en el suelo. ¿Cierto? Cree que sabe porque nunca previó que una tenue luz refractada por la ventana cambiaría su percepción y la verías cae en otro espacio de ese suelo. Sin embargo lo que usted ve o lo que yo vea nada tiene que ver con que esa manzana siempre tuvo que caer en esa área específica del mundo, no porque estuviera predeterminada, sino porque aquello ya había ocurrido. Don Santi descubrió que nuestra conciencia no es sino un espacio lleno de signos, signos que no alcanzan a ser procesados sino en el pasado. Vivimos en tiempo pretérito, y lo que yo hice fue simplemente contarle lo que ya había ocurrido.
- Pero que hay de mi intento de cambiar las cosas – preguntó desconcertado- que hay de la muerte que acometí a ese individuo.
- Aquello también tenía que ser así- respondió la anciana- también fue un hecho consumado, pero los pliegues de este camino y estas rutas terminan siempre en el único camino concéntrico que absuelve todas las anomalías. Por eso usted tenía que llegar a mi casa ayer, tenía que saber esto. Sin embargo con su visita ha despertado un peligroso camino en el tiempo, las formas del espacio han asumido su forma más aberrante, lo que mi maestro llamó los “húndur”. Aquellas formas que adopta la materia en el tiempo para reparar las anomalías, la existencia no se desvanece, sólo queda flotando entre dos versiones del mismo plano. Su víctima no fue más que esa forma de existencia desdoblada. Sin que usted lo sepa el tiempo está constantemente recurriendo a aquellas formas de existencia para emendar estos errores, sin embargo sólo algunos pueden descubrirlos. Mi maestro me enseñó desde la conciencia a sumergirme en aquellos pliegues temporales donde habitan los “húndur”. Por eso sé lo que sé, y vi lo que tenía que ver, y veo lo que veo en este momento.
Don José comenzaba a aterrarse más y más con las palabras y movimientos de la anciana.
-No se asuste con lo que le digo- continuó- es sólo una la conclusión que puede sacar de todo esto. Su visita de anoche, el asesinato en el arroyo, la vejación a su hija, todo parece conducir a un único camino: este momento, el lugar donde terminan todas las rutas. Has de saber que han venido a visitarme hoy por la tarde; resulta que el finado transgresor si tenía parientes. Eran tres hermanos, me dijeron que les contara todo lo que sabía.
- Y supongo que nos les contó lo que sabía- preguntó el hombre bruscamente levantando sus manos.
- Pero mi querido señor- dijo la anciana- que no ha entendido nada de lo que le he dicho. De nada habría servido una mentira, solo un pliegue más, otra aberración.
- Pero que voy a hacer ahora- dijo consternado don José- me deben estar buscando.
- Ya no debe preocuparse por ello- respondió la anciana- sígame y descubrirá todo.
El hombre la acompañó por la cocina, vio el cuchillo ensangrentado en entre las vajillas del lavaplatos; salieron al patio de la casa. La vieja señaló con el dedo un charco de sangre en medio del oscuro cemento.
- Esa es su sangre señor- dijo la anciana apuntando siempre con el dedo.- Aquellos hombres los esperaron en mi casa hoy por la tarde. Su cuerpo ahora mismo se halla sin vida enterrado en algún lugar de este valle. Sin embargo también está usted aquí
- No es posible -respondió violentamente Don José- como va a ser mi sangre si no me ha pasado nada, si yo estoy aquí, a menos de que esté insinuando que yo soy uno de esos…
Don José no concebía bien lo que le estaba ocurriendo, no quería creer lo que le decía la anciana, sin embargo una inaudita emoción lo hacía darse cuenta de que todo era así, todo era cierto. El hombre levantó sus manos y vio que estas se volvían cada vez más diáfanas con la luz lunar.
- Pero que me pasa- dijo mirando a la anciana- estoy… Me estoy…
- Desvaneciendo, así es. El problema señor es el siguiente, usted ha tenido que llegar a este lugar, y yo he tenido que recibirlo. Mi don me permite muchas cosas, pero no me ha permitido ver qué es lo que lo ha traído hasta acá. Este es el lugar donde terminan todos los caminos, el final. Antes de desaparecer debe hacer lo que tiene que hacer. Ambos hemos transitado toda una vida para este momento.
Don José se desmayaba, pero no por completo, una rabia se apoderaba más y más de él. Sintió un furor contra todo. Entró a la cocina buscando refugio de si mismo. Mareado se volteó y vio a la anciana mirándolo de cerca con sus ojos grandes y blancos. Ahí fue cuando tomó el cuchillo de entre las vajillas y lo levantó con su mano derecha. Habían llegado al final de todos los caminos.
-¿En qué le puedo servir don José?- preguntó las anciana.
- Necesito de su talento - respondió el hombre mientras se sobaba las manos- cosas extrañas pasan por mi fundo.
-Supe desde un principio que su visita no podía ser de amistad- dijo la vieja intentando una sonrisa- treinta años en este pueblo y apenas me había ganado un saludo en las tardes de azarosos encuentros. Sin embargo estaba preparada para esto. Como si todos estos años nuestras miradas se encontraran esperando que los acontecimientos nos pusieran en esta situación común. Usted, que desconfiando de mis talentos, se haya visto en una circunstancia tal que hace ineludible mi presencia. Sus enormes miedos tienen que ver con el tiempo, con aquello desconocido que podría ocurrir o quizás ya a ocurrido. Y es el mismo tiempo con sus enigmas lo que me ha llevado a reconocer que este puzle se termina con usted, con nosotros sentados en esta mesa en este momento. Y es todo este laberinto de acontecimientos lo que me da la certeza de que debo escuchar su historia, y de que debo decirle lo que le diré luego de escucharla. De esta forma espero cerrar el círculo que me ha traído a este pueblo.
- No entiendo de lo que habla- profirió Don José- lo he pensado mucho antes de venir esta noche. Mi señora me convenció luego de haber escuchado lo que usted sabía hacer.
- ¿Es realmente eso lo que ocurrió?- preguntó capciosa la anciana- es como el libro de las señales imaginarias. Una gran libro señor. Habla de los signos, el tiempo y los “Hurs”.
- ¿Los qué?- preguntó desconcertado.
-No tiene importancia en este momento. Lo que si tiene es que el signo que cambiará su vida sólo aparece en dos fracciones: una real, la cual es la propia determinación suya de venir hasta acá, y otra irreal. En el libro de señales imaginarias mi maestro don Santi lo declaró textualmente en la página 86 “cuando surgen los arrebatos del sentido perdido, nos remitimos a nuestra fiel intuición de los hechos, aquellos rostros que sólo conocemos por el trasfondo, que sólo a nosotros nos hacen sentido, el punto concéntrico de los caminos tiene una única solución, tan ineludible como el último”. Así es como la segunda fracción de ese signo será lo imaginario. Sólo el rodeo por lo imaginario permite superar tanto la imposibilidad de la verdad como la imposibilidad de la práctica. Has de saber que ya la imposibilidad de la verdad ha sido demostrada por el maestro Jandel. La verdad es el habla, que a su vez habla y piensa sobre el pensamiento, que a la vez ya ha sido pensado y hablado. Su recursividad la hace imposible. Mientras que por otro lado la imposibilidad de la práctica y su paradójico conocimiento ha quedado desmentida luego de la aseveración de Himmenguer, donde asegura la imposibilidad de determinar a la vez la posición y el momento de un cuerpo particular, pues con el puro hecho de observar alteramos el espacio observado. En otras palabras, solo el rodeo por lo imaginario permite explorar lo posible. Lo que quiero decirle en el fondo es que aquellos destinos dentro de los múltiples caminos de este laberinto solo pueden ser resueltos por signos imaginarios, ya que solo ellos guiarán hacia el orden. O en otro sentido de mi idea, lo que quiero decir es que el signo y su fracción dual, solo pueden emerger de usted mismo. ¿Qué cree usted que se puede desprender de todo esto don José?
- Qué yo he sido quién se ha imaginado a mi esposa pidiéndome que la venga a ver esta noche- respondió don José que trataba de creer lo que le parecía imposible.
-Resulta don José- dijo la vieja retrocediendo en las sombras- que yo no sólo nunca he hablado con su esposa, sino que nunca la he visto en mi vida. Ni siquiera se como se llama, solo sé que ya ha jugado un papel importante en este fragmento de la historia. Ahora sólo falta su rol en todo esto. Que me cuente acerca de aquel hombre. Y que luego de escucharlo yo le diga lo que usted debe escuchar.
Don José miraba confundido. Era como si ella supiera exactamente todo lo que tenía en su mente. Sus manos comenzaron a tiritar y sintió un enorme deseo de llorar. Pero no lo hizo, tantos años patrón y ahora convertido en un pusilánime, pensó. Prendió un cigarro en la vela de la mesa y se reclinó en el asiento.
-No entiendo para que quiere escucharme- dijo don José dando una bocanada temblorosa de humo- ya sabe todo lo que tengo que decirle. Aquella noche solté las riendas del animal por el mismo recorrido de siempre. La luz generosa de la luna creciente iluminaba los pasos lentos por los predios de cerezos y nogales. Todo era rutinario, hasta que sentí una pata de la bestia hundirse en un pedazo de carne. Me percaté que había pisado a un pobre infeliz que se arrastraba de dolor por los suelos. Lo subí como pude al animal y lo llevé a la hacienda. Difícil haberle pedido que hablara en esas circunstancias. Lo cargué ensangrentado a la casa para que la empleada le preparara una curación y mi señora le ofreciera un plato caliente. Al día siguiente tampoco nada pude saber de él; rubio, flaco y con cara de borracho sólo me respondía con una mirada perdida cuando preguntaba su nombre.
Los días que siguieron fueron de lo más inesperado. Llegaba a la casa por las tardes y tanto mi señora como mi hija parecían haberle tomado un extraño cariño a su persona. Lo atendían cual si se tratara de un noble que se hospedaba en nuestra hacienda. Merodeaba por la casa sin decir palabra alguna, un día hasta entró en mi estudio sin tocar la puerta, me examinó con la mirada y se marchó sin reaccionar a mis insultos. Mi calma se veía cada vez más alterada. Inútil fue mi intento de sacarlo de la hacienda el quinto día, los alegatos de mi señora lo hicieron imposible, que el pobre miserable todavía no podía caminar con ambas piernas, que no tenía donde ir, que todavía estaba en un estado de shock. Pero en el fondo yo sabía que su presencia iba más allá de mi familia, la hacienda o su pierna destrozada; tenía que ver conmigo, algo inexplicable había de él en mí. Las noches se hacían intensas, poco o nada de sueño me dejaba la complejidad de su presencia en la residencia. Anoche me lo encontré caminando por los cultivos de trigo a luna llena. Lo vi desde mi ventana, y él desde lejos me miraba de vuelta.
- Aquel fue quizás el primer fragmento del signo imaginario- dijo la vieja mostrando brevemente su dentadura grisácea- quizás el último. Sólo puedo decirle lo que yo sé; lo que determina su presencia en este lugar, y que no lo dejará en paz hasta que los hechos ya se hayan consumado. Los hechos que siguen tendrán que ver con su hija, y él entrando a su dormitorio una noche oscura.
Don José escuchó atentamente las palabras de la anciana. Su rostro se desfiguraba más y más a medida que la profecía de la anciana se hacía más descriptiva y más oscura. Creyó cada una de las palabras de la clarividente. Cuando se marchó hacia su casa aquella noche tenía la determinación más inquebrantable de su vida. La anciana comenzó su espera.
Don José tocó casi a la misma hora la puerta de madera añeja la noche siguiente.
- Hay un problema- dijo el hombre con el cuerpo sudoroso y demacrado mientras entraba en la casa de adobe- ha ocurrido algo completamente anormal.
La faz de Don José se veía aterrorizada, se acercó a la anciana con el cuerpo estremecido.
-Tranquilo, no ha habido ningún problema- respondió ella- lamentablemente todo ha ocurrido como tenía que ocurrir.
- Yo le he creído todo, y todo puede haber tenido sentido para mí. Pero no lo que ha ocurrido, eso se escapa de cualquier entendimiento. Los hechos se han desplazado en el tiempo.
- ¿Qué es lo que has hecho?- preguntó la anciana.
- Todo lo que en esa noche estuvo a mi alcance hacer. Llegué a mi mansión anoche con la única determinación de impedir el fatídico crimen. Entré primero a la pieza de mi hija y me aseguré de que dormía sana y en paz. Luego entré a la pieza donde se quedaba ese pobre infeliz, lo amordacé y lo arrastré hasta mi coche. Lo llevé hasta el arroyó en los límites de mi fundo. Le di la peor paliza de su vida y lo fusilé con tres corchos en el pecho. Su cuerpo quedó tirado a las orillas del arroyo.
- Yo nunca le dije que hiciera lo que hizo, sólo cumplí con llenar ese pedazo de historia que usted quería saber.
- El problema no fue ese- respondió agitado- me fui al bar del pueblo para asegurarme una coartada y volví a las primeras horas de la madrugada. No pude entender nada: la policía, mi mujer llorando y mi hija que divagaba alterada como nunca. Me contaron que todo había ocurrido, tal cual usted me lo contó, el pobre infeliz lo había hecho, le había quitado la inocencia durante la noche. No logré entender como pudo pasar. Mi mujer me contó a sollozos que había oído sus gritos a eso de las once, alertó a los empleados y entraron todos al dormitorio, pero el hecho ya estaba consumado y el sujeto se abrió paso a empujones y escapó de la hacienda.
-Perfecto don José, todo lo que le dije parece tener sentido ahora no.
- ¡sentido!-grito- de que sentido me habla. Yo le disparé a ese miserable antes de las 11, vi como agonizaba frente a mis ojos. No lo entendía, llegué a pensar que nunca había cometido el crimen, que todo fue producto de mi imaginación, eso hasta que los policías me dijeron que lo encontraron muerto al borde del arroyo en los límites de la hacienda. Tres tiros en el pecho y sin pistas del asesino. Es como si el tiempo se hubiera desdoblado. Como si pudiera haber cometido su vejación en contra de mi hija mientras le disparaba en el pecho.
- Y que tal si eso es lo que ocurrió señor- dijo la anciana levantando el mentón- que tal si lo que usted vivió fue tan real como lo otro.
- a que se refiere.
- Ya le he hablado de la imposibilidad de la verdad y de la práctica.- sonrió la anciana- ahora quizás deba saber del último legado de don Santi, mi maestro. Él me afirmó que los maestros de la semiótica de la conciencia poseían la capacidad de ver entre los pliegues del tiempo. La existencia no resulta en ningún caso algo lineal. El sujeto es un ser capaz de flexionarse sobre si mismo y rondar por sectores más allá de lo que el tiempo y el espacio nos tienen acostumbrados. Cuando usted deja caer una manzana cree que sabe que ésta llegará a un punto fijo en el suelo. ¿Cierto? Cree que sabe porque nunca previó que una tenue luz refractada por la ventana cambiaría su percepción y la verías cae en otro espacio de ese suelo. Sin embargo lo que usted ve o lo que yo vea nada tiene que ver con que esa manzana siempre tuvo que caer en esa área específica del mundo, no porque estuviera predeterminada, sino porque aquello ya había ocurrido. Don Santi descubrió que nuestra conciencia no es sino un espacio lleno de signos, signos que no alcanzan a ser procesados sino en el pasado. Vivimos en tiempo pretérito, y lo que yo hice fue simplemente contarle lo que ya había ocurrido.
- Pero que hay de mi intento de cambiar las cosas – preguntó desconcertado- que hay de la muerte que acometí a ese individuo.
- Aquello también tenía que ser así- respondió la anciana- también fue un hecho consumado, pero los pliegues de este camino y estas rutas terminan siempre en el único camino concéntrico que absuelve todas las anomalías. Por eso usted tenía que llegar a mi casa ayer, tenía que saber esto. Sin embargo con su visita ha despertado un peligroso camino en el tiempo, las formas del espacio han asumido su forma más aberrante, lo que mi maestro llamó los “húndur”. Aquellas formas que adopta la materia en el tiempo para reparar las anomalías, la existencia no se desvanece, sólo queda flotando entre dos versiones del mismo plano. Su víctima no fue más que esa forma de existencia desdoblada. Sin que usted lo sepa el tiempo está constantemente recurriendo a aquellas formas de existencia para emendar estos errores, sin embargo sólo algunos pueden descubrirlos. Mi maestro me enseñó desde la conciencia a sumergirme en aquellos pliegues temporales donde habitan los “húndur”. Por eso sé lo que sé, y vi lo que tenía que ver, y veo lo que veo en este momento.
Don José comenzaba a aterrarse más y más con las palabras y movimientos de la anciana.
-No se asuste con lo que le digo- continuó- es sólo una la conclusión que puede sacar de todo esto. Su visita de anoche, el asesinato en el arroyo, la vejación a su hija, todo parece conducir a un único camino: este momento, el lugar donde terminan todas las rutas. Has de saber que han venido a visitarme hoy por la tarde; resulta que el finado transgresor si tenía parientes. Eran tres hermanos, me dijeron que les contara todo lo que sabía.
- Y supongo que nos les contó lo que sabía- preguntó el hombre bruscamente levantando sus manos.
- Pero mi querido señor- dijo la anciana- que no ha entendido nada de lo que le he dicho. De nada habría servido una mentira, solo un pliegue más, otra aberración.
- Pero que voy a hacer ahora- dijo consternado don José- me deben estar buscando.
- Ya no debe preocuparse por ello- respondió la anciana- sígame y descubrirá todo.
El hombre la acompañó por la cocina, vio el cuchillo ensangrentado en entre las vajillas del lavaplatos; salieron al patio de la casa. La vieja señaló con el dedo un charco de sangre en medio del oscuro cemento.
- Esa es su sangre señor- dijo la anciana apuntando siempre con el dedo.- Aquellos hombres los esperaron en mi casa hoy por la tarde. Su cuerpo ahora mismo se halla sin vida enterrado en algún lugar de este valle. Sin embargo también está usted aquí
- No es posible -respondió violentamente Don José- como va a ser mi sangre si no me ha pasado nada, si yo estoy aquí, a menos de que esté insinuando que yo soy uno de esos…
Don José no concebía bien lo que le estaba ocurriendo, no quería creer lo que le decía la anciana, sin embargo una inaudita emoción lo hacía darse cuenta de que todo era así, todo era cierto. El hombre levantó sus manos y vio que estas se volvían cada vez más diáfanas con la luz lunar.
- Pero que me pasa- dijo mirando a la anciana- estoy… Me estoy…
- Desvaneciendo, así es. El problema señor es el siguiente, usted ha tenido que llegar a este lugar, y yo he tenido que recibirlo. Mi don me permite muchas cosas, pero no me ha permitido ver qué es lo que lo ha traído hasta acá. Este es el lugar donde terminan todos los caminos, el final. Antes de desaparecer debe hacer lo que tiene que hacer. Ambos hemos transitado toda una vida para este momento.
Don José se desmayaba, pero no por completo, una rabia se apoderaba más y más de él. Sintió un furor contra todo. Entró a la cocina buscando refugio de si mismo. Mareado se volteó y vio a la anciana mirándolo de cerca con sus ojos grandes y blancos. Ahí fue cuando tomó el cuchillo de entre las vajillas y lo levantó con su mano derecha. Habían llegado al final de todos los caminos.
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