¿Por qué cuentos de terror?
Me preguntaban por qué escribir cuentos de terror. Si tenía algún componente de morbo el realizar esos escritos o es más bien producto de ese grado de crueldad placentera característica de todos nosotros. Lo estuve pensando, y retomando mi historia con éste género me he dado cuenta de que siempre he sido un fanático de él. No por el morbo o placer de crueldad que me pudiese despertar, sino porque genera en mi un sentimiento lleno de misterio, un sentimiento que pareciera despertar otros aspectos de mi verdadera conciencia. Algo así como el despertar de un instinto, como un león enjaulado que descubre que siempre ha sido un cazador, o como un vampiro que descubre en la sangre un sabor deliciosos sin saber que está en su propia naturaleza sentirlo.
Temor, espanto, pavor, miedo, todos sinónimos de aquel sentir arcano. El temor tiene que ver con lo desconocido, con lo misterioso, por eso la principal temática a la que se recurre una y otra vez cuando se busca generar ese latido en la gente srá la idea de muerte. Toda realización que busque el terror necesariamente tocará aquel concepto, ya sea de forma explícita, o como una idea tácita siempre presente entre líneas.
La muerte se nos presenta como lo misterioso y lo desconocido en su máxima expresión. Todo lo que somos es vida, todo lo que no somos es muerte. La humanidad ha buscado siempre derrotar a nuestro opuesto: Hombre versus naturaleza, razón versus instinto, sujeto versus objeto. En el curso de nuestra historia hemos salido victoriosos de todas nuestras realidades duales. Sin embargo la lucha de la vida versus la muerte parece ser una batalla en la que nacimos destinados a perder. La técnica venció a la naturaleza, domesticó el medio ambiente, conquistó el mundo, sin embargo sólo logra estirar un poco más el partido antes de caer derrotada frente al “knock out” de la no existencia.
¿Qué pasará cuando nos transformemos en aquello que no somos? ¿Cuándo dejemos nuestro ser y entremos a la misteriosa dimensión del vacío? Si todo lo que somos se reduce a un pedazo de vida en este planeta, no es curioso que la muerte se transforme en la principal lucha de la existencia humana. Lo principal será buscar como derrotar esa enorme ola de muerte, esa que se nos acerca a cada uno de nosotros para arrancarnos todo lo que somos y dejarnos flotando eternamente en las soledades del vacío. Por eso aquella laguna desconocida no causa temor por el hecho de no ser conocida, o aquel callejón oscuro no causa temor por su ausencia de luminosidad. El temor no emerge de la cosas hacia uno, viene desde uno mismo hacia uno mismo, viene del temor hacia nuestro propio misterio, nuestra propia oscuridad, nuestro propio opuesto. El miedo a perder “nuestro todo” vendrá justamente dado por la conciencia de que “todo lo nuestro” está sólo de pasada en está enorme selva creadora de vida y yermo escenario de muerte.
El miedo no es instinto, no viene adscrito en los animales. Un bebé o un perro pueden sentir susto, sobresalto, alarma, pero el terror es un sentimiento que emerge con la conciencia, es un sentimiento puramente humano. Es un sentimiento tan fuerte como el poder en el hombre, tanto así que ha sido capaz de moldear la historia humana. Ha moldeado las formas de organización de toda comunidad, desde sus formas más elementales hasta las complejas sociedades modernas.
¿Cómo moldea sus vidas? ¿Cómo responden las sociedades humanas frente a este sentimiento de terror presente en cada una de ellas? Mediante empresas u formas de organización que buscan justamente combatir ese sentimiento en pos de poder desarrollarse como cultura. Combaten el terror, el miedo, la impotencia de encontrarnos en una cuenta regresiva frente a la desconocida faceta de la nada. Esta empresa en su forma más pura será la religión (ahora una empresa global), la cual ha estado presente en toda cultura de la historia humana, permitiéndoles justamente eso, ser una cultura, poder sobrellevar el terror que les provoca la “no existencia” que cada uno de los miembros de la comunidad lleva consigo. Desarrollarse mientras generaciones y generaciones de vidas se extinguían en la nada, vidas que jamás serán recordadas, ni siquiera se sabrá de su paso por el mundo. Por eso cada uno de nosotros lleva consigo un “no ser”, una “no existencia”, ya que por mucho que dejemos descendencia, que busquemos trascender en la historia, estamos inevitablemente destinados a perdernos en la memoria fugaz del tiempo que condenará hasta los últimos recuerdos a apagarse en el espacio.
La religión se yergue como la gran victoria del hombre sobre la muerte, nos da eternidad, que es el mejor producto que se nos puede ofrecer como cultura. Nos da trascendencia. La religión no asume el tiempo del resto de las actividades humanas. La religión será contrahistórica, ya que no irá de la mano con los nuevos descubrimientos científicos acerca de nuestra propia naturaleza. La religión es adaptativa, se moldeará a las necesidades y exigencias propias de cada sociedad. La religión será nuestro gran velo social. Nada la podrá derrotar ya que la gente simplemente elegirá creer, antes de descubrir aquel misterioso sentimiento que los acompaña día a día, eligen la ilusión antes del suspenso, la patraña antes del terror. La ilusión da inmortalidad, donde la esencia de nuestra efímera presencia es enjaulada en pos de los asuntos verdaderamente importantes con los que una persona tiene que lidiar día a día, enajenado, emborrachado con el delirio de su falsa eternidad. El temor queda subsumido, enclaustrado en un rincón censurado por esta sociedad que lo anula.
Sin embargo, no pocos son atraídos por el misterioso llamado de su encierro. Un cuento de terror puede ser la llave que libere ese sentimiento enjaulado, aplacado por el día a día de ésta sociedad enajenada. Es una vorágine que te estremece por completo. Un sentimiento desconocido, un placer inusitado, incomprendido. ¿De donde viene esa extraña sensación de goce al vernos frente a frente a la misteriosa dualidad de nuestra vida? Una sensación de peligro gradual, no instantánea, irá abriendo las capas de esa fruta prohibida, de aquello que nos hace sentir lo que no debemos. Lo que se expresa como un sufrimiento o como una degradación es en el fondo uno de los momentos más liberadores que se puede vivenciar. Nos postula una encrucijada hacia nosotros mismos, nos propone el baldío terreno de la desesperanza. Sentir aquel miedo, aquel terror que se estimula desde afuera pero que viene de nosotros, es una liberación. Es una eyaculación emocional, una lluvia confusa de contradicciones.
Buscamos el terror para sentir, sin percatarnos, nuestra verdadera esencia, esa que no está en una oficina a las una de la tarde esperando el la hora de colación, no está en el escritorio recubierto de cigarrillos y café estudiando el código penal, no está en la tarde ardiente donde los empleados deambulan como hormigas por el centro urbano. Está justamente en nuestra propia fragilidad, en el sin sentido de nuestro sentido, en la esencia doble de nuestra carne, en la batalla perdida contra nuestro opuesto, en la fugacidad de nuestros logros. Por eso, el terror se sentirá cuando aquel sentimiento logre escabullirse por entre los murallones de su encierro y provoque esa contradicción emocional de goce-desagrado. Cuando una persona leyendo un cuento de terror logra sentir el escalofrío misterioso, violentamente placentero, que liberó al sumergirse en esas palabras que desenterraban su propio tabú, quiere decir que por ese instante el velo social está siendo apartado, y su camino hacia la eternidad parece cobrar otro sentido.
Temor, espanto, pavor, miedo, todos sinónimos de aquel sentir arcano. El temor tiene que ver con lo desconocido, con lo misterioso, por eso la principal temática a la que se recurre una y otra vez cuando se busca generar ese latido en la gente srá la idea de muerte. Toda realización que busque el terror necesariamente tocará aquel concepto, ya sea de forma explícita, o como una idea tácita siempre presente entre líneas.
La muerte se nos presenta como lo misterioso y lo desconocido en su máxima expresión. Todo lo que somos es vida, todo lo que no somos es muerte. La humanidad ha buscado siempre derrotar a nuestro opuesto: Hombre versus naturaleza, razón versus instinto, sujeto versus objeto. En el curso de nuestra historia hemos salido victoriosos de todas nuestras realidades duales. Sin embargo la lucha de la vida versus la muerte parece ser una batalla en la que nacimos destinados a perder. La técnica venció a la naturaleza, domesticó el medio ambiente, conquistó el mundo, sin embargo sólo logra estirar un poco más el partido antes de caer derrotada frente al “knock out” de la no existencia.
¿Qué pasará cuando nos transformemos en aquello que no somos? ¿Cuándo dejemos nuestro ser y entremos a la misteriosa dimensión del vacío? Si todo lo que somos se reduce a un pedazo de vida en este planeta, no es curioso que la muerte se transforme en la principal lucha de la existencia humana. Lo principal será buscar como derrotar esa enorme ola de muerte, esa que se nos acerca a cada uno de nosotros para arrancarnos todo lo que somos y dejarnos flotando eternamente en las soledades del vacío. Por eso aquella laguna desconocida no causa temor por el hecho de no ser conocida, o aquel callejón oscuro no causa temor por su ausencia de luminosidad. El temor no emerge de la cosas hacia uno, viene desde uno mismo hacia uno mismo, viene del temor hacia nuestro propio misterio, nuestra propia oscuridad, nuestro propio opuesto. El miedo a perder “nuestro todo” vendrá justamente dado por la conciencia de que “todo lo nuestro” está sólo de pasada en está enorme selva creadora de vida y yermo escenario de muerte.
El miedo no es instinto, no viene adscrito en los animales. Un bebé o un perro pueden sentir susto, sobresalto, alarma, pero el terror es un sentimiento que emerge con la conciencia, es un sentimiento puramente humano. Es un sentimiento tan fuerte como el poder en el hombre, tanto así que ha sido capaz de moldear la historia humana. Ha moldeado las formas de organización de toda comunidad, desde sus formas más elementales hasta las complejas sociedades modernas.
¿Cómo moldea sus vidas? ¿Cómo responden las sociedades humanas frente a este sentimiento de terror presente en cada una de ellas? Mediante empresas u formas de organización que buscan justamente combatir ese sentimiento en pos de poder desarrollarse como cultura. Combaten el terror, el miedo, la impotencia de encontrarnos en una cuenta regresiva frente a la desconocida faceta de la nada. Esta empresa en su forma más pura será la religión (ahora una empresa global), la cual ha estado presente en toda cultura de la historia humana, permitiéndoles justamente eso, ser una cultura, poder sobrellevar el terror que les provoca la “no existencia” que cada uno de los miembros de la comunidad lleva consigo. Desarrollarse mientras generaciones y generaciones de vidas se extinguían en la nada, vidas que jamás serán recordadas, ni siquiera se sabrá de su paso por el mundo. Por eso cada uno de nosotros lleva consigo un “no ser”, una “no existencia”, ya que por mucho que dejemos descendencia, que busquemos trascender en la historia, estamos inevitablemente destinados a perdernos en la memoria fugaz del tiempo que condenará hasta los últimos recuerdos a apagarse en el espacio.
La religión se yergue como la gran victoria del hombre sobre la muerte, nos da eternidad, que es el mejor producto que se nos puede ofrecer como cultura. Nos da trascendencia. La religión no asume el tiempo del resto de las actividades humanas. La religión será contrahistórica, ya que no irá de la mano con los nuevos descubrimientos científicos acerca de nuestra propia naturaleza. La religión es adaptativa, se moldeará a las necesidades y exigencias propias de cada sociedad. La religión será nuestro gran velo social. Nada la podrá derrotar ya que la gente simplemente elegirá creer, antes de descubrir aquel misterioso sentimiento que los acompaña día a día, eligen la ilusión antes del suspenso, la patraña antes del terror. La ilusión da inmortalidad, donde la esencia de nuestra efímera presencia es enjaulada en pos de los asuntos verdaderamente importantes con los que una persona tiene que lidiar día a día, enajenado, emborrachado con el delirio de su falsa eternidad. El temor queda subsumido, enclaustrado en un rincón censurado por esta sociedad que lo anula.
Sin embargo, no pocos son atraídos por el misterioso llamado de su encierro. Un cuento de terror puede ser la llave que libere ese sentimiento enjaulado, aplacado por el día a día de ésta sociedad enajenada. Es una vorágine que te estremece por completo. Un sentimiento desconocido, un placer inusitado, incomprendido. ¿De donde viene esa extraña sensación de goce al vernos frente a frente a la misteriosa dualidad de nuestra vida? Una sensación de peligro gradual, no instantánea, irá abriendo las capas de esa fruta prohibida, de aquello que nos hace sentir lo que no debemos. Lo que se expresa como un sufrimiento o como una degradación es en el fondo uno de los momentos más liberadores que se puede vivenciar. Nos postula una encrucijada hacia nosotros mismos, nos propone el baldío terreno de la desesperanza. Sentir aquel miedo, aquel terror que se estimula desde afuera pero que viene de nosotros, es una liberación. Es una eyaculación emocional, una lluvia confusa de contradicciones.
Buscamos el terror para sentir, sin percatarnos, nuestra verdadera esencia, esa que no está en una oficina a las una de la tarde esperando el la hora de colación, no está en el escritorio recubierto de cigarrillos y café estudiando el código penal, no está en la tarde ardiente donde los empleados deambulan como hormigas por el centro urbano. Está justamente en nuestra propia fragilidad, en el sin sentido de nuestro sentido, en la esencia doble de nuestra carne, en la batalla perdida contra nuestro opuesto, en la fugacidad de nuestros logros. Por eso, el terror se sentirá cuando aquel sentimiento logre escabullirse por entre los murallones de su encierro y provoque esa contradicción emocional de goce-desagrado. Cuando una persona leyendo un cuento de terror logra sentir el escalofrío misterioso, violentamente placentero, que liberó al sumergirse en esas palabras que desenterraban su propio tabú, quiere decir que por ese instante el velo social está siendo apartado, y su camino hacia la eternidad parece cobrar otro sentido.
2 comentarios:
no se que puedo decir, mas que escribes bien, tienes buena pluma como dice mi padre...es interesante lo que dices sobre la religión...buscamos creer en una ilusión antes que explorar las ondas reprimidas en nuestro espíritu y ver el monstruo que tenemos dentro...le pongo un 6.5 jajaja (gabo)
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